La exención de receta convierte a Gibraltar en el paraíso de la Viagra

La lista de la compra incluye dos tabletas de chocolate 'Cadbury', queso 'Sombrero de copa', tabaco, whisky, té, y cuatro cajas de Viagra. Es sábado, y como todos los sábados J. M. llena el depósito de gasoil, a 82 céntimos el litro, en Gibraltar. Aparca a las espaldas de Casemates Square y sube andando hasta Main Street, entra en alguna de las seis farmacias que se agolpan en los primeros 50 metros de la calle y hace acopio de medicamentos contra la disfunción eréctil. Nadie le pide la receta.

El Peñón no deja de sumar atractivos para los turistas: al exotismo de los 'bobbys' con acento andaluz, los autobuses rojos de dos plantas, el alcohol libre de impuestos y la colonia de primates que perfecciona sus monerías en las alturas del risco, añade ahora un curioso suplemento: Viagra auténtica, a bajo coste y sin protocolos médicos. En una sola mañana, el interesado puede visitar la Market Place, pasear en teleférico, comer 'fish and chips', comprar iPods, vaqueros, puros y, ya puestos, regalarse unas cuantas dosis de química sexual. Basta con echarle algo de cara y no perder la paciencia. Porque algunos días hay que esperar, mirando hacia otro lado, así como con aire distraído, a que se aligere la cola.

J. M. cuenta que se sacaba «unas pelillas» cruzando la verja los fines de semana. Revendía entre los compis del trabajo sus botellitas de ron y sus cartones largos de Chesterfield. Hasta que uno le dijo: «¿Por qué no me traes Cialis?» «¿Cialis?» «Es como la Viagra, pero más suave, aunque el efecto dura más» «¿Y hace falta receta?» «Allí no te la piden». «La conseguí sin problemas, así que los pedidos se ampliaron a la Viagra de toda la vida, el Levitra y el Priligy, contra la eyaculación precoz. Y eso que yo no soy mayorista».

Por 'mayorista' se entiende una nueva y pujante especie de 'intermediario' que florece en Main Street. Son chicos jóvenes, de Algeciras, La Línea, Cádiz, e incluso de Málaga o Sevilla, que adquieren dos cajas de cada producto en distintas farmacias, tiran los envases y sacan cuarenta o cincuenta pastillas discretamente por la aduana. Después, las 'colocan' en España a un precio muy superior al coste inicial. El negocio es redondo. La Viagra de cuatro unidades cuesta 41,60 en Gibraltar, y 59 euros en cualquier farmacia de este lado de la 'frontera'. El precio final se eleva hasta los 70, «un pequeño recargo, por las molestias». El Cialis, la Levitra y el Priligy también pueden conseguirse entre siete y veinte euros más barato.

Hace ya tiempo que las autoridades médicas advirtieron que el consumo de Viagra y otros derivados se estaba convirtiendo, entre muchos jóvenes, en una práctica demasiado frecuente, un complemento «simpático» de las noches de juerga con el que combatir los efectos 'no deseados' del botellón. La demanda no corre exclusivamente a cargo de señores con problemas de erección que no van al médico por vergüenza, si no que 'el rombito', como se la ha rebautizado en la jerga callejera, forma parte del menú de ocio de personas sanas que, sencillamente, la utilizan como un incentivo más en sus relaciones de pareja.

«Los habituales nos vamos conociendo las caras», dice J. M, apostado en la esquina de Turnbull's Lane, cerquita de Goldfinger Jewellers, una de las joyerías más prestigiosas de 'la roca'. Como es sábado, las tiendas están llenas. Se ofrece a hacer la prueba. Elige una farmacia al azar. Huele a jabón y a curry. En los estantes, el champú de glicerina, la laca y los desodorantes comparten espacio con chupetes de colores y papillas sin gluten. Después de diez minutos de espera, pide «una cajita pequeña de Viagra». El mancebo no hace preguntas. Se limita a envolver el pedido en una bolsa de plástico, con las señas impresas de la botica, el mail y el número de teléfono. J. M. repite la operación en otra, quince metros más abajo. Cialis. La chica, absorta en atender a la clientela, le pone de inmediato el medicamento sobre el mostrador. J. M. pregunta: «¿Esto es legal? A ver si me voy a meter en un lío para sacarla». «¿La quieres o no la quieres?», responde ella, encogiéndose de hombros.

Entre Governor Street's y Bell Lane, J. M se encuentra con un conocido del 'gremio'. Se llama David, tiene 19 años, está en el paro. Viste zapatillas de deportes, pantalones de chándal y una sudadera 'skater'. Lleva piercing y el pelo cortado al estilo marine. Hace año y medio que 'pasa rombos', y los revende después en las zonas de marcha del Campo de Gibraltar. «Antes había gente que se metía coca para dar la talla», dice. «Esto es mejor, ¿no?» David no quiere dar detalles de cuánto le saca al asunto, pero afirma que «bastante más que trapicheando con otras cosas, y además es menos peligroso, sobre todo si vienes entre semana». «Fíjate, con la de gente que hay comprando mierdas por Internet, en el mercado negro, y aquí la tienes a un ratito en coche». El agujero, sin que ninguna autoridad española pueda hacer nada al respecto, es enorme.

Desde el Colegio de Farmacéuticos de Cádiz se limitan a subrayar que «cuando a un medicamento se le exige control sanitario es por algo, tiene un sentido, no se adoptan esas medidas porque sí», e insisten en que lo que pase más allá de la verja «está fuera de nuestras competencias, como es lógico». En España, vender cualquier producto sin receta, aunque sean antibióticos o adelgazantes, conlleva una sanción administrativa mínima de 3.000 euros. El Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos remite a las directrices y normativas de la Agencia Europea del Medicamento, que especifica claramente que el sildenafil (el principio activo de la Viagra, el Cialis, etc.) no puede dispensarse sin prescripción bajo ningún concepto.

J. M. regresa a territorio español con el morral repleto de pastillitas. «¿Lo intentamos en Algeciras?» Pide Levitra en una farmacia céntrica, del barrio de San Isidro. Le preguntan por la receta. «No tengo». «Pues entonces.» «Pero si en Gibraltar la venden». «Ya, y también Priligy, Cialis y la hormona de la melatonina. Ellos sabrán lo que hacen. Es su problema. Y el tuyo, si no vas antes a que te vea un médico, no vaya a ser que te dé un 'chungo'».

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